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Un día sin luz (mi anécdota del Huracán Delta)

  • Amairani Martin
  • 13 oct 2020
  • 2 Min. de lectura

En la clase de escritura, Liz nos dejó de ejercicio escribir sobre nuestra experiencia de estar sin luz eléctrica tras el huracán (que pisó Cancún la madrugada del miércoles pasado).

Esto salió:


Recuerdo despertar de madrugada por el fuerte sonido del aire, ver las cortinas moverse alto y pensar que había olvidado lo incesante y poderoso que puede ser el viento. De pronto se fue la luz. Permanecí despierta un rato y me di cuenta de que aún dentro de mi casa no me sentía del todo segura. Luego cerré los ojos y me dejé sumergir en el huracán. Cuando desperté a las siete de la mañana el viento era más calmado, pero aún había ráfagas largas y ruidosas. Desperté aliviada, aunque todavía sin electricidad en casa y eso me causó paz. Sabía que sería un día diferente, que pasaría lento, que estaría en familia y que permanecería lejos del mundo. Y así fue. Pero, por la noche me di cuenta de que un día alejada del mundo deja un sabor de soledad. ¿Dónde y cómo estaban todos? Recosté mi cabeza sobre la almohada y me abaniqué. Era una noche muy negra y los ruidos eran más fuertes que las otras noches. Llevaba más de veinte horas sumida en mis cuatro paredes, es mis carencias y en mi soledad. ¡Qué año! Sentí en el pecho una nostalgia profunda por mi vida de antes y extrañé como nunca a los demás. Ese día cada quien en la ciudad se sumió en su oscuridad, no tuvimos opción. Mi celular se descargó, fui por una pequeña lámpara de mano y la sostuve acostada pensando que al día siguiente correría a la calle a encontrar señal para comunicarme con el mundo y de pronto, a las dos de la madrugada la luz regresó. Sentí alivio y dormí más tranquila. Desperté al amanecer con esperanza y escribí que el huracán vino a enseñarme a soltar y a dejar que el viento largo se lleve todo, que se lo lleve y me haga más libre.



 
 
 

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