Mi tributo al tiempo
- Amairani Martín
- 28 jul 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 5 jun 2020

Basta cerrar los ojos para viajar en el tiempo. Basta un aroma, basta una palabra, basta una canción para regresar a un momento que ya no pertenece al presente. Aunque sienta que esos momentos ya no existen, no es así. Existen porque se han quedado para siempre incrustados en la línea del tiempo que forma parte de la historia de mis días.
En primavera volví al mismo teatro del otoño pasado, nada era igual. Eran otros músicos, otra compañía, sencillamente otro momento; pero cerré los ojos y pude recordar nítido el perfume del que estaba sentado junto a mi en la última ocasión y entera y con detalles aquella noche de octubre. Lo atesoré todo en mi memoria y me dije coloquialmente ¡qué rápido pasa el tiempo, ya es otro año!
Pienso que de alguna manera cada hecho del pasado deja un rastro en nuestro presente y nuestro porvenir. Cada cosa que vivimos nos va moldeando, nos va transformando, ese es uno de los grandes y maravillosos poderes del tiempo.
El verano pasado era recién egresada de la universidad. Cada día despertaba atolondrada sin saber casi nada de mí ni del porvenir. Hoy también es verano, ha pasado un año entero ya, el clima es igual al de todos los veranos en Cancún, yo me sigo llamando igual, sigo viviendo en el mismo lugar, sigo incluso usando la misma mochila vieja que aún no me decido a renovar. A simple vista todo es igual, pero si tantito me detengo a verlo bien, descubro como todo es diferente. Tengo nuevas amistades, nuevos hábitos, nuevos anhelos, nuevos sueños, nuevos planes, nuevos retos, y cada día que pasa me renuevo sin siquiera ser del todo consciente de ello.
Recuerdo haber deseado tantas veces que el tiempo pasara rápido, que llegara ya la fecha esperada. Ahora entiendo que fue en vano el deseo, pues el tiempo es tan libre que nadie lo puede controlar. Peor aún, he descubierto que no sólo fueron deseos inútiles, si no que además me hicieron daño, pues no me permitieron saborear las cosas al ritmo que el tiempo iba marcando, que me perdí de instantes que no volverán por poner mis esmeros en una fecha que aún no llegaba.
Llegó el día de mi graduación de la universidad, inminente final. ¿Cuántas veces no lo soñé y anhele?. Me puse la toga, me tomé fotos con mis amigos, me emocioné con el discurso de Marco, conviví con todos los presentes, me tomé más fotos. Y al final del día pensé: ojalá hubiera confiado más en el tiempo, de todas formas este día iba a llegar.
Otras veces, quizá muchas más, quise detener el tiempo, que no avanzara, que se quedara congelado aunque mi razón me recordaba que el tiempo es lo más constante que conozco o que creo conocer.
En el auto pusimos “Caifanes” y cantamos “tiempo amárranos, tiempo detente muchos años”, como si fuera una oración, como si fuese a ser escuchada, como si pudiera ser tomada en cuenta.
Ahora he decidido ver con tranquilidad que el tiempo transcurra como debe hacerlo. Al cabo confío en él, confío en su constancia, confío en su magia.
Hace una semana exactamente estaba cuesta arriba mirando paisajes que jamás imaginé. A las ocho de la noche estaba sentada mirando a lo lejos el sol descender detrás del Roque Nublo. Miraba el cielo pintado de amarillo por los rayos del sol, volteaba a mi derecha y miraba unos ojos color de miel, giraba hacia atrás y veía montañas eternas una tras otra atenuando su color en la distancia. Sabía que llegada la hora iba a anochecer y por primera vez sentí paz y confianza en el tiempo, no quise detenerlo, tampoco quise apurarlo.
Quiero decirle al tiempo que él es sabio y sagrado y que no quiero nunca más apresurarlo ni desear que se detenga. Que lo quiero ver transcurrir al ritmo de una canción que pueda bailar, de una caminata que me conforte, de un libro que me acompañe, de una charla que me alegre, de una jornada que me agote y me enseñe, de un amor que me ilusione, de cada acción de mi día que me recuerde que estoy viva y que eso es lo único que necesito para ser feliz.
Tiempo no es reloj, ni calendario, ni horas, ni fechas. Tiempo es un niño juguetón, un joven intenso, un adulto serio y un anciano sabio, es una mujer segura y un hombre fuerte, es un aliado eterno, un compañero fiel, es viento que no se ve pero que se siente, es agua escurriéndose en la palma de una mano, es el impulso por vivir ahora.
Comments