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El reloj de los abuelos

  • Amairani Martín
  • 23 dic 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 5 jun 2020



"La vejez y el paso del tiempo enseñan todas las cosas"

-Sófocles

Visité a la bisabuela Soco en Mérida. Me dio el reloj prometido desde mi infancia. Es un reloj que era de su papá, creo. Es grande y aunque viejo muy conservado. Tiene un péndulo que suena. Es muy bonito. Cuenta la leyenda que cuando yo era pequeña se lo pedí a la abuela, que lo tenía en la pared del comedor de su casa en la colonia Chuminópolis. Dice la abuela que estábamos reunidos sus nietos y bisnietos y ella preguntó que quién quería el reloj y yo enseguida levanté la mano. Quizá fui la única en hacerlo. La verdad no recuerdo ese acontecimiento, pero la abuela dice que ella lo tomó muy en cuenta. Y sí, cada vez que la visitábamos ella me recordaba que ese reloj sería mío el día que ella muriera. La abuela no ha muerto, el que murió fue su esposo, el abuelo Víctor. Murió en noviembre del año pasado de un cáncer veloz y agresivo. No hubo agonía. Como diría la abuela "se fue como un pajarito". Tenía casi noventa y cinco años de edad, un cuerpo flaco, una espalda encorvada y cabellos pocos y blancos. Sus ojos eran muy tiernos, con el brillo que otorga la sabiduría y una vida bien vivida. Era un buen hombre y un anciano muy ameno. No tengo su sangre, pero siempre lo consideré mi bisabuelo. La última vez que lo vi, fuimos de visita mis hermanas y papás a su casa. Encontramos al par de ancianos igual que de costumbre consintiendo a su nieta y bisnietas. Era verano, recuerdo que cenamos pizza y conversamos mucho. Jamás imaginamos que sería la última vez que veríamos a Don Víctor y estaríamos sentados en en esos sofás de antaño y caminaríamos esos pisos pintorescos. Meses después la abuela Soco llamó a la casa para avisar de la muerte de Don Víctor. Nadie se lo esperaba, ella menos. Un mes después pudimos ir a Mérida y visitarla. Ahora estaba ella sola haciendo frente a la repentina partida de su esposo. Hoy que la vimos nos narró nuevamente cómo sucedieron las cosas y cómo ha sido su vida ahora sin el hombre con el que pasó los últimos cincuenta años. Recuerdo con mucha tristeza otra llamada de la bisabuela como seis meses después de la partida del bisabuelo. Habló para decirnos que se mudaría a casa de su hijo Sergio y vendería su casa de Chuminópolis. Me contó que la estaba pasando muy mal, que extrañaba mucho a su viejito y que ahora estaba sola. Me conmovió mucho escucharla y tratar de imaginar lo duro que debía ser para ella ese golpe de la vida. La imaginé en su casa vacía. En esa llamada también mencionó el reloj, hablaba para confirmar conmigo si siempre sí lo iba a querer porque el momento de dármelo había llegado. Desde esa llamada han pasado otros seis meses. Finalmente he podido visitar Mérida. He vuelto a ver a la bisabuela. Pero ya no como la última vez: en su casa y junto al abuelo. Ahora está en casa del tío Sergio, se ve más repuesta aunque con su conversación entendemos que es algo que todavía le duele y que siempre le dolerá. Sentados en la sala de casa del tío Sergio vimos fotos antiguas de los bisabuelos, de sus momentos juntos, su casamiento, sus paseos, sus hijos, sus ratos felices. Vi al abuelo Víctor de joven, a uno que no me tocó conocer: con la espalda erguida, sin arrugas y pecas y con cabellos prietos. Lo vi feliz sentado en la playa, a la mesa tomando cerveza y poniendo un anillo en el dedo de la abuela el día de su boda. Lo vi feliz y lleno de vida y así lo guardé en mi memoria. También lo extrañé mientras escuché tantos buenos recuerdos y vino a mi mente la sonrisa y la voz ronca y queda de un viejito sentado en la terraza de su casa tomando un jaibol. Es tarde de diciembre salí de esa casa con el reloj en brazos pensando que en él me llevo a mis bisabuelos, los ratos que pasé en su casa, sus voces, sus lecciones y sus ojos brillosos y cansados.

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