De viajes, despedidas y aeropuertos.
- Amairani Martín
- 21 ago 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 5 jun 2020

Los aeropuertos tienen siempre el mismo olor. No importa si es Cancún o es la Ciudad de México, ambos tienen la misma mezcla que reúne el aroma de las ilusiones y las nostalgias. Personas van y vienen. Unas llevan la emoción de un viaje, de conocer un lugar nuevo, una cultura diferente, de comenzar una etapa más. Otras dejan los recuerdos de los buenos momentos, amigos que se detendrán en el tiempo y aventuras que no se volverán a repetir.
Recuerdo la primera vez que fui al aeropuerto y me subí a un avión. Era una niña de diez años, flaca y de cabello lacio. Iba con mi abuela Mache, mi tía (hermana) Mariela y mi primo Carlos. Estábamos muy emocionados los tres. Todo era nuevo para nosotros y todo nos parecía asombroso. Nuestra aerolínea era Aviacsa, nunca olvidaré ese nombre. Nos recuerdo mirando por la ventana del avión con unos ojitos más abiertos que nunca.
Mi parte favorita fue ver las nubes desde arriba. Estábamos envueltos por un cielo azul lleno de esponjosas nubes blancas. Recuerdo que sentí ganas de saltar sobre las nubes o por lo menos poder tocarlas. Ahora que lo pienso, aquel paisaje fue el mejor que vi hasta ese momento de mi vida.
En aquel viaje a la Ciudad de México la pasamos felices. El clima me pareció perfecto, la comida de casa de tía Elia me supo extraña y chistosa, la casa de tío Nando se me antojó como la de las películas, la prima Brenda se me hizo divertidísima y la Ciudad de México entera fue una experiencia tan diferente a mi vida en el pequeño paraíso de Cancún.
Pasamos dos semanas que me parecieron larguísimas, pero muy entretenidas. Los lugares que más recuerdo son el metro, La Basílica de Guadalupe, Xochimilco, SixFlags y por supuesto la casa de los tíos.
Otra memoria de aviones que tengo es cuando regresábamos de un viaje a Puebla y CDMX mis amigas y yo al comienzo del verano de 2016. Aquel viaje de semana y media me había inyectado mucha motivación, y aunque me iba triste de tener que despedirme de mis amigas por unos meses, me iba contenta y deseosa de ver a mi Cancún, a mi familia y a mi novio. Recuerdo que una vez sentada dentro del avión saqué un cuadernito y escribí:
8:11 pm. Estoy volando sobre nubes grises. El sol se ha ido hace apenas un instante y todos aquí hemos sido espectadores del más bello y colorido atardecer. Los viajes siempre me dejan nostalgia… El sol se fue quedando atrás y avanzamos hacia un cielo más gris, más azul, más oscuro. Se va haciendo de noche.
Mi último viaje en avión fue el invierno pasado. El día de Navidad mi papá nos llevó a Alan y a mi al aeropuerto. Recuerdo que no me iba muy animada, habíamos planeado por meses aquel viaje a las tierras de Oaxaca, pero no todo había salido como lo planeamos. De todas formas, aunque sin ánimos de dejar mi casa, mi familia y mi Cancún caluroso, tenía todas las intenciones de pasarla bien.
Pasado el mediodía estábamos ya en el aeropuerto de CDMX, por primera vez caí en la cuenta de que es un lugar abrumador por su tamaño. Ese mismo día en la noche nos fuimos a Oaxaca, también en avión, y ahí comenzó la aventura. El viaje duró una semana y nosotros sentimos que nos hicimos una vida nueva ahí. Debo admitir que si me hubieran dicho que me tenía que quedar a vivir ahí no me hubiera costado mucho aceptar.
En Santa Gertrudis, Oaxaca el tiempo transcurría diferente, más lento, más en calma y la vida tenía menos preocupaciones vanas y superficiales. Aquel viaje me enseñó que la vida puede ser más sencilla y somos nosotros mismos quienes la complicamos. Por esos días de ensueño fue que la hora de volver se me hizo bastante triste, fue una despedida que, en su momento, me hubiera gustado evitar.
Recuerdo que llegamos al aeropuerto muy tarde y casi perdemos el vuelo. Por haber llegado tarde perdimos nuestros asientos originales y nos tocó a Alan y mi en lugares bastante separados y eso me puso aún más triste. Lo bueno es que después de un rato Alan consiguió que le cambiaran el asiento y pude sentarme con él. Nos consolamos el uno al otro en todo el viaje de regreso.
Hoy también fui al aeropuerto, Alan y yo fuimos a dejar a Silvia, por supuesto me alcanzó las nostalgia de tener que despedirme de una gran amiga. Ella vuelve a su país (después de cuatro años) y sé que es lo que la hace feliz, sin embargo, a veces quisiera que las personas que quiero permanezcan siempre muy cerquita de mí. Pero no se puede, la vida se trata de esto: de viajes y de despedidas.
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