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CANCÚN ES SU GENTE | 48 Aniversario

  • Amairani Martín
  • 20 abr 2018
  • 9 Min. de lectura

Hoy que se celebramos el 48 aniversario de Cancún, paraíso y tierra querida, el lugar donde nací, no puedo más que conmemorarlo compartiendo este reportaje que hice con tanto cariño a finales del año pasado:

“Cuando uno es joven, donde aterriza, empieza su vida de nuevo”

(Sharon Van Bramer)

Las historias de cada uno de los que habitan Cancún son todas únicas; cada persona llegó a esta ciudad por circunstancias diferentes, cada uno tiene algo que contar, cada uno es una historia y una parte importante de la identidad cancunense. Sin embargo, aun con sus diferencias, todos coinciden en algo: arribaron a Cancún trayendo proyectos, sueños, esperanza y sobre todo, siendo jóvenes.

Un lugar para salir adelante.

Cuando le pregunté a David Canales Mendoza, qué lo trajo a Cancún, sin mucha vacilación dijo: “El trabajo”. Llegó a Cancún en 1995 en un vuelo Magnicharters. “Tras la época de crisis cuando salió Carlos Salinas de Gortari del poder, tenía dos opciones, irme con mis amigos de mojado a Estados Unidos o venirme aquí a Cancún”. Nació en Poza Rica, Veracruz, una ciudad impulsada por la industria petrolera y que él encontró con pocas oportunidades de crecimiento profesional. Después de veintidós años viviendo en Cancún, David Canales es ahora un hombre con una notable carrera en los medios de comunicación. Estudió la licenciatura en comunicación en la Universidad Anáhuac Cancún y actualmente estudia la maestría en Mercadotecnia Integral.

Mientras me platica de su experiencia en esta ciudad, responde pensando en Veracruz. Dice que el clima aquí es caluroso como allá, que extraña la comida y la gente, “aquí la cultura es diferente, somos de todas partes… en Veracruz la gente es más amigable, más dicharachera, más alegre y es otro ritmo de vida completamente. (...) Aquí la gente se reserva y no se abre tanto a conocerse unos a otros”. Pasó su infancia en el rancho de la familia, al que él llama con cariño el “rancho de los ancestros” en Zacualpan, Veracruz; de ahí recuerda la comida y el sazón casero, y un hogar donde todos se conocían.

Para David Canales, Cancún simboliza oportunidades. Al llegar tuvo que aprender inglés para encontrar un lugar de trabajo en el turismo. Experimentó la adultez al vivir solo y tener que aprender a cuidar de sí, y fue un reto que le gustó. “La consigna para progresar es siempre salir de tu zona”. Durante el tiempo que trabajó en la radio y la televisión trató siempre de transmitir un mensaje de progreso. “Mi huella fue de superación, que la gente puede alcanzar sus metas”.

En sus primeros años en Cancún mantuvo contacto con su familia escribiéndoles cartas y nunca perdió de vista su meta de salir adelante. Sin embargo, después de haber construido una vida en Cancún, todavía piensa en Veracruz...“nunca dejas de extrañar tu raíz, viví ahí catorce años, y fueron catorce años muy entrañables, mi infancia, la casa, los amigos… nunca voy a dejar de extrañar”. Y con timidez y esperanza dice que le gustaría regresar a su tierra natal para su retiro. “Pero todavía tengo cuerda y me falta camino por recorrer”.

Un lugar que se convierte en hogar.

Juan Robledo Jiménez es uno de los fotógrafos más reconocidos de Cancún, nació en la Ciudad de México, pero su verdadero hogar lo encontró a muchos kilómetros de distancia.

Sin duda, la decisión de venir a vivir a Cancún fue un parteaguas en su vida, lo sé por la precisión con que recuerda los hechos: “Llegué el 03 de septiembre de 1994 a la 1:30 de la tarde”. El motivo de aquel cambio parece ser de lo más sencillo, pero en el fondo es de los más complejos. “En realidad no hubo ningún motivo, simplemente fue una decisión que tomé visceralmente”. Juan Robledo había venido en vacaciones de verano a Cancún con la mujer que años más tarde se convertiría en la madre de sus hijos. Durante su estancia se sorprendió varias veces llamando “la casa” a la cabaña donde se hospedaba y fue así como descubrió una extraña e inesperada conexión con estas tierras, que lo hicieron dejar la capital para venirse a construir su vida en Cancún.

Como “chilango” acostumbrado a una ciudad caótica y como fotógrafo con ojos observadores, la primera impresión que tuvo al llegar a Cancún fue la de una ciudad vacía “se me hizo una ciudad sin movimiento, (...) era muy lento todo”. Sus recuerdos del Cancún de 1994 son de una ciudad pequeña, con pocos servicios; “de hecho cuando pusieron el semáforo de Av. La Luna y la Kabah, salíamos a ver el semáforo”. Era “una ciudad naciendo, apenas tenía veinte años”.

Lo que más le atrae de Cancún es que se convirtió en su hogar. “Yo ya no soy chilango, o bueno sí, soy chilango, pero ya soy cancunense”. Cuando piensa en Cancún, piensa en cariño. “Estoy muy encariñado con Cancún, de hecho yo no tengo planes de moverme de Cancún, independientemente de lo que pase (...), me encariñé con Cancún, es mi hogar”. El misterio de la palabra hogar me hace preguntarle cómo es que uno sabe que un lugar es su hogar, y casi automáticamente responde refiriéndose a todo lo que le dio esta ciudad: trabajo familia, momentos. “Hubo algo que me hizo sentirme de aquí”.

Sin embargo, aún con todo ese cariño y arraigo a Cancún, admite que extraña y que nunca dejará de hacerlo, “ya es parte de mi extrañar”.

Mirando atrás descubre muchas crisis a lo largo de su vida en esta ciudad, “la vida está hecha de crisis, además Cancún tiene esa característica de ser una ciudad que te pone al límite en muchos sentidos”. En Cancún “tienes que demostrar que eres capaz, y permanecer. Es una ciudad de paso, aquellos que decidimos permanecer es porque realmente queremos permanecer. Es muy fácil en esas crisis económicas que tiene por razones de temporada, que muchos decidan no estar, por tener una estabilidad económica, pero a los que deciden quedarse la ciudad los pone al límite”.

Hoy destapa tanto para él mismo como para los demás su gran labor y éxito como fotógrafo, considerándolo así como una de sus más grandes aportaciones a Cancún. “He aceptado que sí, es cierto que lo he hecho bien, no lo aceptaba por prejuicio o miedo tal vez; pero sí, me gusta mi oficio”.

Antes de venir a Cancún, no tenía ni la menor idea de que este iba a ser su hogar, pero al día de hoy, es la ciudad que le ha ofrecido todo lo que tiene ahora. Cancún te enseña a resolver retos, “es una ciudad complicada. Cancún me enseñó a ser un sobreviviente, y lo agradezco mucho”.

Un lugar para construir una familia.

Un matrimonio de casi treinta años, con tres hijos y veintisiete años de haber dejado su ciudad natal. Pastor García, nacido en San Pablo Huixtepec, Oaxaca y la que años más tarde se convertiría en su esposa, Berna Arango, nacida en Santa Gertrudis, Oaxaca, se conocieron de jóvenes y sin nunca haberlo imaginado, la vida los trajo a Cancún.

Llegaron recién casados. La infinidad de oportunidades laborales que entonces había en un Cancún tan joven, sonaba por todo el país y llegó a sus oídos. Pastor García llegó en 1990, esperaba que sus familiares le dijeran “no te vayas, ¿por qué no te quedas?”, buscaba cualquier pretexto para no dejar su hogar en Oaxaca, pero nadie lo hizo. Poco tiempo después, en 1991 llegó su esposa con su pequeño hijo de dos años de edad.

Recuerdan que al llegar descubrieron una ciudad pequeña y próspera, “se veía una ciudad muy bonita por sus playas, se veía una ciudad con muchas oportunidades de trabajo”.

Lejos de sus padres, hermanos y familiares, se encontraron con la soledad, “no podíamos compartir las cosas que encontrábamos día a día con nadie más”. En aquel año de 1990 “La dificultad más grande fue la soledad”, suspira y recuerda el sr. García. Antes de venir a Cancún, pensaba que regresaría cada mes a visitar su pueblo y a su familia, pero “ya viendo la distancia, dije: esto no va a ser cada mes”.

Cuando les pregunto si se consideran cancunense, sin dudarlo dicen que sí. “Sí, porque ya tenemos la mitad de nuestra vida aquí”. Lo que más aprecian de Cancún es la variedad cultural, el poder encontrar personas de todas partes de la república y del mundo.

No se arrepienten de haber venido a construir una vida juntos aquí, pero admiten que el no poder acompañar a sus seres queridos de Oaxaca en los momentos difíciles, han sido de las penas más grandes que han encontrado al estar en Cancún. En momentos difíciles “me gustaría no estar aquí, por ellos, por estar ahí con ellos”. Y se encuentran con ese conflicto momentáneo de preguntarse “¿por qué me vine tan lejos?”.

Un poco tímidos, expresan frente a dos de sus hijos, sus deseos de volver a Oaxaca algún día. El sr. García carraspea un poco y cede la palabra a su esposa. Berna, con una sonrisa inevitable acepta, “sí, sí nos gustaría regresar, pero pues también aquí están mis hijos, y no sé si ellos quieran regresar… En los dos lugares está bien”. Por otro lado, sin dudarlo ni tantito, Pastor, admite “yo si tengo la meta de regresar. Yo pienso regresar a Oaxaca, vivo o muerto”.

A esta hermosa pareja, Cancún les ha dado la oportunidad de crecer, de formar un hogar, un matrimonio, una familia, amigos y un crecimiento profesional. La soledad fue su maestra, les enseñó a resolver sus problemas y salir adelante solos, pero muy unidos entre ellos. Miran atrás, y descubren una vida feliz y tranquila en Cancún: “hemos tenido muchos más ratos felices, los felices opacan a los tristes”.

Una lugar que es hogar de extranjeros.

Sharon Van Bramer, es una viajera de corazón. Nació en Schenectady, New York. Desde muy pequeña tuvo deseos de viajar. “De joven solía ir con mis amigas al aeropuerto a ver los letreros de los destinos e imaginarnos viajando”.

Sin pensarlo mucho, decidió emprender su primer gran viaje a la edad de veintitrés años, poco después de haber terminado sus estudios en literatura inglesa y educación. Atravesó México para llegar a Sudamérica “quería viajar, quería un lugar más exótico y quería aprender español”. Así fue como llegó a Perú, al llegar “sentí que estaba en casa, sentí que era mi casa, yo conecté con Perú”.

En Perú se asentó por más de diez años, y no se hubiera movido de ahí de no ser por los desastres naturales, políticos y sociales del país, que la llevaron a emigrar. “Fueron tiempos de mucha emoción, de mucho peligro. Recuerdo que nos levantamos por la mañana y vimos tanques del ejército yendo a la Plaza de Armas. (...) Había toque de queda, mataron gente en la noche, encontrábamos cadáveres en la mañana”. Así se convirtió Perú en un lugar difícil para encontrar trabajo y con mucho sentimiento en contra de Estados Unidos.

“Pensé, voy a México un rato y luego regreso cuando las cosas se calmen”. Su primera parada fue en Jalisco. Luego escuchó de Cancún y decidió venir a probar. Llegó a Cancún en 1985 y hasta la fecha ha sido su nuevo hogar. Le pregunto con curiosidad cómo era la ciudad cuando llegó y me dice con deleite: “Cancún era bello, estaba lleno de posibilidades. Y ese mar es que es, impresionante”. Entre sus más significativos recuerdos está el huracán Gilberto. “Cancún fue devastado. (...) Para levantar Cancún los hoteleros se juntaron con las aerolíneas para ofrecer paquetes una vez que los hoteles estaban más o menos funcionando. (...) Todo el perfil del turismo cambió por completo y se fue a un nivel económico más bajo. De repente Cancún estaba abierto a gente con gustos diferentes y poder adquisitivo diferente”.

Sharon dejó de sentirse americana desde hace mucho tiempo. No le fue difícil dejar su país natal . “Yo no me identifique mucho con mi país. Nunca sentí que era casa. Yo no lo extrañaba”. Ella cree que su familia pensaba que su viaje sería temporal. Después de unos meses comenzaron a enviar cartas preguntándole cuándo regresaba. “Me preguntaban tanto y me daba cuenta de que no tenía ni una intención de regresar… ¿regresar a qué?”.

Pasaron varias décadas desde que dejó Estados Unidos para que se diera cuenta de que no se siente parte de su país. “Percibo mi país como el otro. Somos nosotros (latinoamerica) y son ellos (Estados Unidos). Me veo parte de acá”. Estando en Estados Unidos se siente como extranjera, “ha cambio tanto mi país que hay cosas que ya no sé como funcionan”. Sin embargo, admite que le gusta su país, le gusta la limpieza y los recursos que tienen, pero la realidad es que no se siente en casa, como cuando está aquí.

Cuando le pregunto si alguna vez tuvo una crisis o arrepentimiento de haber venido, contesta riendo que no. “Yo he tenido muchas crisis, pero personales, no por la geografía”.

La huella que deja en Cancún y en México no es sólo su trabajo profesional, sino también el demostrar que no todos los americanos son iguales. “Y yo no digo que soy mejor, pero soy diferente. Espero que la gente vea que no todos somos iguales; porque los gringos creen que todos los mexicanos son iguales y los mexicanos creen que todos los gabachos son iguales”.

Sharon es total y completamente una mujer feliz, y su felicidad proviene de que ha hecho siempre lo que le ha indicado su corazón. Descubro en la charla como los recuerdos de sus viajes la invaden de alegría y emoción. Sus recuerdos son vívidos y tiene anécdotas para todo. “He tenido aventuras aquí, he tenido oportunidades, he tenido altas y bajas y siento que Cancún siempre me ha apoyado. En la mayoría de los casos la gente de aquí me ha aceptado como soy”.

Cancún es el hogar de muchas personas, convergen oportunidades de crecimiento personal, profesional, familiar. Tiene lugar historias de todo tipo, momentos de felicidad, de adversidad. Se mezclan culturas, se comparten diferentes estilos de vida. Cancún, aunque es joven tiene una gran historia escrita por todas las personas que han pisado sus tierras. Cancún es más que un lugar turístico, Cancún es su gente.

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