Porque uno vive de recuerdos
- Amairani Martín
- 9 abr 2018
- 2 Min. de lectura

Oaxaca, México (diciembre de 2017)
Estando con mi mamá, en un día cualquiera, ella evoca un recuerdo de mi infancia. Me cuenta que cuando yo era pequeña le pedía que me dijera: gatito blanco. Es un recuerdo que ha repetido en varias ocasiones, ya ni las puedo contar y estoy segura de que nunca dejará de hacerlo mientras tenga memoria.
Hay eventos que marcan de manera especial nuestras vidas y se quedan para siempre con nosotros. Por eso en las reuniones familiares siempre terminamos contando y recontando los mismos sucesos. Divertidos, felices, tristes, dolorosos. Cada uno vuelve a la memoria y a la boca de quienes lo cuentan, trayendo consigo todas esas emociones que provocaron y que el tiempo no ha podido destruir.
En una reunión familiar, mi madre y mi abuela vuelven a contarnos el emocionante relato de cuando mi abuela (siendo más joven y mi madre todavía una niña) discutió con el anfitrión de una fiesta porque éste golpeó a su pequeña hija frente a los invitados. Y aunque ya todas en casa nos sabemos la historia casi de memoria, nunca dejamos de asombrarnos y reír y llenar de las mismas preguntas a mi mamá y a mi abuela. Todas volvemos a gozar de que mi abuela lo haya puesto en su lugar.
Nos construimos así, construimos así nuestras vidas, de los recuerdos. Los recuerdos llegan a veces sin siquiera esperarlos ni buscarlos. Un sonido, una vista, un aroma, nos lleva de vuelta a un recuerdo dormido en nuestra memoria. Otras veces, vamos tras él, lo sacamos a propósito para volver a sentir, para volver a disfrutar de una vivencia que inconscientemente sabemos que nunca más volverá; que tan solo podremos volver a vivirla si la mantenemos fresca en la memoria, lo más fresca posible.
Ayer en la noche, con el cuerpo cansado y los párpados cerrándose por sí solos, me acosté en la cama y pensé en el viaje que hice con mi novio al final del año pasado. Recuerdo las tierras de Oaxaca, las personas que conocí, la comida que probé, los paisajes que vi. Evoco unos días felices en un lugar donde la vida me pareció desde el primer momento, tan distinta a la que conocía. Me alegra haberlo vivido, me entristece que ya pasó y me esperanza el volver.
Hay días en que los recuerdos nos invaden con más fuerza. Hay días en que sentir la nostalgia es inevitable. Porque uno vive de recuerdos. Y la vida sólo tiene ese sabor único gracias a ellos. Se puede recordar un año entero, una semana entera o tan sólo una noche, pero vale la pena. Ya lo dijo un poeta hace cientos de años “poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces” (Marco Valerio Marcial).
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