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Tormenta

  • Amairani Martin
  • 8 ago 2017
  • 1 Min. de lectura

Las tormentas tienen esa característica, magia o consecuencia de revolver el mundo, empaparlo y de alguna manera estremecerlo para finalmente devolverle un mejor sol.

Martes 08 de agosto de este año caótico para Cancún. Desperté con dolor de garganta. Abrí los ojos siete minutos antes de que sonara mi alarma programa de todos los días. Dí vueltas en la cama como lo hago comúnmente a manera de despedirme de ella. Revisé mi celular y vi algunos mensajes preventivos circulando por WhatsApp sobre la Tormenta Tropical Franklin. Luego hice todo lo demás mientras escuchaba un fuerte aire rodear mi casa y colarse por las ventanas.

Salí de casa un poco más tarde de lo común, lo supe porque ya estaba empezando el programa de Mara Lezama en la radio. Tuve suerte, llegué al trabajo antes de que comenzara la lluvia.

Una vez resguardada en la oficina, solté un poco la mascada de mi cuello y encendí la computadora. En silencio y sin darme cuenta esperé que la lluvia se soltara libremente. De pronto la habitación quedó oscurecida, el ruido de la lluvia y el viento en el exterior se hizo más fuerte. Miré la ventana y supe que la tormenta ya estaba con nosotros.

Segundos después mis manos buscaron el teclado y comencé a escribir pensando en lo abandonado que he tenido el hábito. No sé porqué, pero la lluvia siempre me hace esto, me regala tantita de su mágica energía para volver al centro de todo. Me recuerda que pocas cosas son verdaderamente importantes en la vida. Y me recuerda sobre todo, cuáles son tales cosas.

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