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Madres e hijas

  • Amairani Martín
  • 17 dic 2016
  • 4 Min. de lectura

La relación madre e hija es una de las relaciones más complejas que hay en la vida y pocas veces lo notamos; lo vivimos, eso sin duda, pero casi nunca reflexionamos en ello. Las madres son las mujeres que nos cargan en su vientre nueve meses, nos dan a luz con mucho dolor, nos brindan todos los cuidados cuando somos pequeños, sufren al vernos crecer y finalmente nunca dejan de preocuparse por nosotros aún cuando nos convertimos en adultos. La labor de una madre es una que no se acaba nunca, es una de las expresiones más grandes de amor, se vive cada día y cada minuto. Una madre nunca deja de ser madre, incluso cuando no está o cuando el hijo se va. Su corazón es tan grande que no tiene límite y se da a basto para cada uno de sus hijos.

Por otro lado las hijas son esas pequeñas criaturas que ensanchan la panza de la madre, alta y redonda (según dicen las abuelas y las tías); son esas niñas que parecen requerir más cuidados de los que la misma madre hubiera imaginado, son esas jovencitas a las que hay que proteger de los peligros del mundo y son en muchos casos esas mujeres que se terminan pareciendo a su madre más de lo que pueden darse cuenta.

Cuando la hija es pequeña la mamá juega con ella, la cercanía y el calor no faltan. La mamá se entretiene poniéndole vestiditos lindos y peinándola como una muñequita. Después la cosa empieza a ponerse un tanto complicada justo cuando la hija comienza a necesitar su espacio, a pedir cierta libertad; estas dificultades son normales y buenas, pues ayudan a ambas a descubrir y aceptar sus diferencias en carácter y las similitudes en sus actitudes. Conforme la hija va creciendo puede ser común que la relación se fortalezca más y que la confianza crezca, claro, para entonces ya han habido suficientes discusiones y probablemente incluso la madre ha pasado la etapa de querer controlar y hacer a la hija a su modo, tal vez sugiriendo un modo de vestir o ciertos comportamientos que ella cree más convenientes. Es entonces que la madre se da cuenta de que su hija es un ser independiente de ella, que aunque sea su hija, no es de su propiedad. Llegado este punto la relación es cada vez más bonita, entonces se vuelven un poco más amigas, se escuchan una a otra y respetan y valoran sus diferencias. La madre aprende a dar mejores consejos y la hija aprende a ser una mejor escucha. Se dan cuenta ambas de que pueden confiar la una en la otra. Y cuando la hija se da cuenta de que no hay nadie en el mundo en que pueda tener mayor confianza que en su madre, entonces ha descubierto uno de los secretos más íntimos, únicos y personales que hay en la vida. Tener confianza mutua no significa tener que contarse todo, cada una guarda sus propios secretos e intimidades con toda validez. Tener confianza mutua significa no dudar nunca en el enorme lazo de amor que existe y que jamás (pase lo que pase) se va a romper; significa tener la seguridad de que siempre tendrás a alguien con quien contar en cualquier situación de tu vida, significa saber que habrá siempre alguien escuchándote y apoyándote cuando lo necesites.

Así como la madre ve crecer a su hija, la hija también ve crecer a su madre. Para la madre, su hija siempre será su pequeña a quien debe proteger, siempre habrán ojos de ternura en el fondo; y para la hija, su madre siempre será esa mujer asombrosa que la protege, siempre habrán ojos de admiración. Cuando la hija comienza a ser una adulta, aunque la admiración siga ahí también descubrirá unos nuevos ojos para ver a su madre, a veces de ternura al ver que también se comporta como una niña en ocasiones, y a veces de compasión cuando la ve sufriendo por alguna situación dolorosa o preocupante. Y ese mismo cambio ocurre en la madre, aunque siempre mirará con ternura a su pequeña, a veces también la encontrará más grande de lo que hubiera imaginado que podía llegar a ser, y sus ojos serán de admiración cuando la ve superándose día a día.

No digo que todo esto sea una regla o patrón inamovible, sé que existen millones de situaciones diferentes en el mundo. La verdad es que escribo estas líneas hablando por mi experiencia como hija y por las situaciones tan similares que he encontrado en muchas ocasiones en amigas, compañeras, conocidas y desconocidas. Y sólo es un pretexto para pensar un poco en la relación que he tenido con mi madre a lo largo de mi vida y que sepa y no se le olvide nunca lo importante que es para mí.

A mis abuelas y a mi madre, que me han enseñado entre muchas cosas a ser mujer.

Cancún, México. 17 diciembre 2016

Amairani M.

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